¡Hola!
¿Qué tal la semana?
Yo bastante a tope.
El lunes presenté la 47ª noche de la Asociación de Empresas de Hostelería de la província de Tarragona y ayer, apenas sin dormir, madrugué para conducir en Barcelona el Masscomm Summit, evento en el que también di varias píldoras motivacionales.
Así pintaba la sala ayer por la mañana:
Al tema.
Barcelona tiene la suerte de contar con la segunda escuela de escritura creativa más prestigiosa y con más alumnos del mundo después de la mítica Gotham Writer’s Workshop de Nueva York.
Te hablo de la Escola d’Escriptura de l’Ateneu Barcelonès, que cuenta con centenares de cursos.
Uno de ellos lo imparte desde hace años la escritora Laura Freixas y se titula… fíjate porqué aquí está el quid de la cuestión…
… se titula “La primera página de la novela”.
¡Un curso sobre específico sobre este tema!
Nunca me he matriculado, pero intuyo que existe porqué en las novelas es fundamental un buen arranque.
Es lo que nos muestra el estilo del autor pero, sobre todo, la patita de todo lo que va a venir después.
Tú lees: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.
Y no necesitas más para saber que te ha agarrado con fuerza y ya no va a soltarte hasta el final. Ahí están los cien años, la soledad, el realismo mágico y la maestría de Gabo reunidos en una sola frase.
Pues en tu charla tienes que arrancar igual. Con la sexta marcha y pisando a fondo.
A lo mejor es que ya estamos un poco hartos de que desde niños nos cuenten las historias en orden cronológico: Caperucita va a ver a su abuela, Caperucita pasa por el Bosque, Caperucita se encuentra con el lobo, Caperucita llega a casa de su abuela… A lo mejor, para captar nuestra atención, está bien que la historia empiece con el lobo comiéndose a Caperucita.
Y luego ya contaremos cómo hemos llegado hasta ese punto tan gore.
Si “Salvar al soldado Ryan” arrancara en la playa de Normandía no sería lo mismo. Pero en la primera secuencia vemos a un hombre mayor acercándose a una lápida. No vemos el nombre que hay en ella. No sabemos quién es el anciano. Y de sus ojos pasamos al rostro tenso de Tom Hanks segundos antes del desembarco (incluso podemos caer en la trampa de
Spielberg y creer que el anciano es él).
Lo importante es que el enigma ya está planteado.
Fundamental.
Un buen arranque.
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