Hoy quiero hablarte de la importancia de acortar distancias con tu público, a propósito de algo que me ocurrió hace unas semanas.
Al lío.
Pensándolo bien, yo debería haberlo previsto, porque cada 26 de septiembre suele pasar algo memorable.
Por ejemplo: el 26 de septiembre de 1973, el avión supersónico Concorde realizó su primer vuelo; doce años antes, el 26 de septiembre de 1961, un joven cantautor llamado Bob Dylan debutaba en un escenario; también era un 26 de septiembre cuando murió Paquirri; y el día que salió publicado Abbey Road, el último disco de The Beatles, fue el 26 de septiembre de 1969.
Total, que no caí en que también era 26 de septiembre cuando me invitaron a presentar el 25 aniversario del World Trade Center Barcelona…
Y claro: pasaron muuuchas cosas.
La primera es que poco antes de empezar el acto, una persona de protocolo del Puerto de Barcelona se acerca y me susurra al oído:
El Presidente prefiere hacer su discurso ahí.
Y señala un pequeño espacio que hay entre el escenario y la primera fila del público.
Pienso: debe de ser una broma.
Deben de haber instalado una cámara oculta para captar mi cara de pasmado, y ahora mismo se están partiendo de la risa todos.
Pienso: oye, hace un montón de días que trabajamos en el evento. Hemos preparado un escenario imponente. Hay tropecientos focos que apuntan al escenario. Hay un atril que resplandece más que el diente de oro de Pedro Navaja.
Pero no.
Resulta que no es ninguna broma. El Presidente, Lluís Salvadó, apuesta por hacer todo el acto literalmente pegados al público.
En fin, hagamos una rápida elipsis: ¿sabéis lo mejor? Al final, resultó ser una decisión muy acertada.
Desde el primer momento establecimos una conexión con la platea.
Y eso me llevó a pensar que debería aplicar más a menudo esta receta a la hora de dirigirme al público: eliminar barreras entre comunicador y oyentes, acercarme más a ellos, provocar que se sientan partícipes de todo lo que está pasando en directo.
Al grano: ¿y por qué pasa eso? ¿Por qué acercarte al público te ayuda a conectar con él?
Bueno, en primer lugar porque te humaniza como orador.
Es como si ese ser inaccesible que lanzaba sus proclamas desde el escenario se despojara del disfraz de Zeus para bajar del Olimpo a la Tierra. Y, al hacerlo, rompiera una barrera psicológica del público, que de pronto empieza a verte como alguien más cercano. Como alguien en quien es más fácil confiar.
Es bueno para el público, pero también para ti como comunicador, porqué al estar más cerca puedes captar mejor las reacciones que provocas en tu audiencia: las expresiones faciales, las sonrisas…. O al revés: las micromuecas de rechazo ante un chiste que no ha funcionado.
Y eso te permite ajustar tu tono sobre la marcha para que cause un mayor impacto.
La magia de acortar las distancias no termina ahí.
Imagina que en la tercera fila ves a un chico que se parece remotamente a Lamine Yamal.
Imagina que te acercas a él y dices:
Hoy tenemos entre nosotros a Lamine Yamal.
Acabas de provocar una carcajada del público que nunca habría existido sin bajar del escenario.
Acortar las distancias te permite escoger mejor a quién preguntas, hablar de tú a tú a las personas, y estas pueden ver mejor tu reacción a sus respuestas, lo que hace que se sientan más relajadas en sus respuestas.
Se llama interacción.
Pero es que aún hay más.
Cuando te acercas al público, eliminas de un brochazo la posibilidad de que se distraigan con otros elementos de tu entorno.
Hablar desde un escenario gigantesco mola mucho (sobre todo en los selfies de instagram), pero a los cinco minutos es fácil que la gente deje de prestarte atención y se ponga a calcular cuántos leds tiene la pantalla o cuánta pasta habrá cobrado el escultor para crear el espantoso trofeo que se entrega.
Ponle remedio: baja del escenario, mira a tu interlocutor cara a cara y dile adiós a todas esas distracciones.
Y he dejado lo mejor para el final: cuando te acercas al público, rompes la monotonía de la charla. Deja de ser un monólogo de Hamlet sin la calavera para dar paso a la acción de un spaguetti western. O, como diría Hitchcock, es como si alguien empieza a ducharse con toda la parsimonia del mundo y, de pronto, se descorren las cortinas y un psicópata con peluca empieza a apuñalarlo mientras suena una música estridente.
Pues lo mismo, pero en color y de buen rollo: cuando te acercas a tu audiencia, hablar en público se convierte, por arte de magia, en hablarle AL público.
De un plumazo has multiplicado por mil la empatía y la autenticidad, el mensaje que querías comunicar llega más fácil y todo el mundo acaba satisfecho: el público, el cliente y tú.
¿Se puede pedir más por bajar cuatro escalones?
¡Hasta pronto!
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